RELATO FINALISTA CONCURSO LITERARIO 2020-2021
I.A.O. 2º
La salud, un juego de azar
Yo no me considero igual a la gente de mi edad. Tengo veinticinco años y no voy a fiestas, no bebo, no salgo con mis amigos… Pero ya he vivido casi todo lo que hace una persona en toda su vida y cada mañana me despierto sintiéndome la persona más afortunada del mundo.
Todo lo que me ha pasado que sea importante empezó cuando tenía dieciséis años. A esa edad, mis padres fallecieron por razones que la policía nunca nos contó. Simplemente vinieron a nuestra casa y nos dijeron a mi hermano pequeño (que en aquel entonces tenía siete años) y nos dijeron lo siguiente:
-Vuestros padres han fallecido trágicamente. Mañana a las cinco en punto tenéis que ir al cementerio más cercano y estar presentes en su funeral.
Esas fueron las segundas palabras que más me han dolido en toda mi vida.
Mi hermano pequeño y yo nos mudamos y seguimos nuestras vidas. Pero no creáis que todo son desventajas. Nos mudamos con nuestros abuelos (a los cuales les agradezco todos los sacrificios que hicieron por nosotros) y ellos nos pagaron todo lo que necesitábamos. Nos trataron como sus hijos y eran muy cariñosos. A veces me lamento y pienso que debí haberles agradecido más sus cuidados cuando estaban vivos. Cuando conseguí un trabajo estable y el dinero suficiente para pagar una casa, me mudé con Ben, mi hermano menor, cuando yo tenía veintidós años. Esos fueron unos de los mejores años de mi vida. Dedicaba mucho tiempo a estar con Ben. Todos los domingos dábamos el mismo paseo, pasábamos por la tienda de animales y en el último tramo echábamos una carrera. Ben tenía trece años y era muy buena persona, nunca se quejó por nada.
Ben era una persona muy imaginativa. Veía caras en la parte trasera de los coches, expresiones faciales en los árboles, todo tipo de animales en las nubes y podía inventarse una historia sobre alguien que viese por la calle en muy poco tiempo. Él adoraba escribir y no dudaba en relatar toda historia que se le ocurría. Yo era la primera persona en leer sus cuentos y al final de cada cuento, Ben escribía: “Para Beth, mi más querida hermana mayor”. Llevo guardando sus libros desde hace cinco años y todavía se conservan en perfecto estado. Sigo leyendo algunos de sus libros de vez en cuando en la actualidad y siempre me siguen sorprendiendo.
Nuestra casa era pequeña y nuestra vida era simple y humilde, pero éramos felices y lo pasábamos muy bien juntos.
Dos años después de mudarnos a la casa en la que vivíamos, todo cambió. Era un día normal de primavera, cuando Ben sentía muy raras las piernas. Dijo que era como si sus piernas no fueran suyas.
Pasaron las semanas y Ben se sentía igual. Muy preocupada, le llevé al médico para ver lo que le pasaba. Se quedó en el hospital unos días y el médico me dio el resultado de las pruebas. ¿Recordáis que la muerte de mis padres fue la segunda cosa que más me dolió? Eso es porque lo que me dijo el doctor me impactó mucho más que la muerte de mis padres.
Ben tenía esclerosis lateral amiotrófica (más conocida como ELA), una enfermedad incurable que va paralizando tu cuerpo poco a poco hasta la muerte. Mi grito de tristeza entre sollozos se oyó por todo el hospital y mi dolor era tan fuerte que no quería seguir viviendo. Fui corriendo a la camilla donde estaba Ben y lo abracé con fuerza. Me documenté más sobre la enfermedad y resulta que era muy poco común y que Ben era el paciente más joven en tener la enfermedad (solo quince años). ¿Por qué había tenido que ser Ben? ¿Por qué no podía ser yo la que enfermara? Me parecía tan injusto que gente malvada gozara de salud y que mi pequeño Ben tuviese que sufrir la enfermedad.
Ben nunca se quejó de su mala suerte y siempre decía:- Hey, no pasa nada Beth, de haber tenido tú la enfermedad, ¿quién cuidaría de mí? Ahora que me voy a morir podrás salir de fiesta con tus amigos. ¡Hace mucho tiempo que no te tomas un respiro por mi culpa!
Hay un tratamiento para el ELA, pero Ben no quería estar enchufado a una máquina sus últimos años de vida. A pesar de la enfermedad, seguíamos yendo por el paseo, íbamos a la tienda de animales y en el último tramo llevaba corriendo su silla de ruedas. Ya no podía hablar y no podía reírse, pero todos los domingos, sus ojos brillaban, sus pupilas se hacían más grandes e intentaba esbozar una sonrisa.
Solamente duró ocho meses con vida desde que le diagnosticaron la enfermedad.
Por esa razón cada día me despierto afortunada por tener una buena salud. Ben me abrió los ojos y me hizo darme cuenta de que debería celebrar cada día que tengo salud y que he tenido mucha suerte por no tener enfermedades raras. Por eso me considero afortunada y feliz.
Para Ben, mi más querido hermano pequeño.