Teléfono rojo, volamos hacia Moscú
Esta, amigos, no es una historia como otra cualquiera. Esta es la verdadera razón por la cual, a fecha de 29 de febrero de 2097, la raza humana abandonó la Tierra y se asentó en un planeta cercano a la estrella Alpha Centauri. Dejad que empiece por el principio…
Hacía algunos meses, los científicos del ejército… ¡Uy! Pero que descuidado soy, que no me he presentado. Me llamo Bryan, Bryan Myers Voorhees, y soy el miembro más valorado del Departamento frente a Amenazas Globales (D.A.G) del ejército de los Estados Unidos de América. Como decía, algunos científicos de nuestro ejército habían empezado a fantasear con la idea de crear una bomba de cobalto-60, pues es uno de los isótopos radiactivos que tienen una vida media más alta. El Pentágono les dio la autorización que precisaban, y se pusieron manos a la obra. Sin embargo, el proyecto pronto quedó descartado, pues se dieron cuenta de que una bomba de este isótopo dejaría unas “minas” de radiación letal que no podrían ser controladas, y que además se expandirían mucho más allá del área de explosión, pues serían tan ligeras que se las llevaría el aire. Una serie de simulaciones por ordenador demostró que estas “minas” se esparcirían a lo largo de todo el planeta, depositándose tanto en tierra como en agua. La vida media de las “minas” era tal, ¡Que en diez años sólo se habría consumido una décima parte de su radiación! Puesto que esta radiación es siempre mortal, los científicos llegaron a la conclusión de que habían hallado la primera arma apocalíptica.
Todo esto se hubiera quedado en nada, si no fuera porque, dos meses después, un hacker se coló en los servidores del Pentágono. Cuando nuestros técnicos comprobaron a qué archivos habían accedido, todos nos quedamos pálidos: ¡Tenían los planos de la bomba de cobalto! Rápidamente se reunió un gabinete de crisis, pero, dado que no podíamos rastrear el origen del hackeo, el problema quedó sin resolver. Entonces, en un día que resultaría ser fatídico, interceptamos un mensaje encriptado ruso. Teníamos nuestras sospechas sobre ellos, porque llevaban unos meses antinaturalmente tranquilos, sin lanzarnos las típicas amenazas vacías de guerra o terrorismo. Cuando desencriptamos el mensaje, nuestras sospechas quedaron confirmadas: Los rusos habían montado una bomba de cobalto-60 en Moscú, pero eso no era lo peor. Lo peor era que pensaban cargarla en un bombardero que saldría hacia aquí en tan sólo 12 horas.
Rápidamente, nuestros científicos confirmaron que una vez esa bomba hubiera sido cargada en el bombardero, no podríamos derribarlo, porque detonaríamos la bomba, con resultados catastróficos. Así pues, preparamos los pocos vehículos de asentamiento interestelar de los que disponíamos y empezamos a evacuar a todos los ciudadanos y dignatarios posibles. También formamos un equipo de asalto, que iría a Moscú para tratar de impedir que la bomba fuera cargada en ese avión. Ese equipo lo lideraba yo y, para mi sorpresa, en él se encontraba Alexa. Cuando me enteré, y a pesar de la gravedad de la situación, casi me pongo a bailar de alegría. Alexa Breanne Campbell era una chica morena, de ojos negros y cara preciosa, que trabajaba en mi mismo departamento. Sobra decir que yo estaba perdidamente enamorado de ella, no sólo de su físico sino también de su personalidad y de su agudo intelecto y sentido del humor irónico, cualidades que compartía conmigo.
Nos asignaron dos cazas, y yo pensé: Si salimos de esta, le declararé mi amor. Tras 6 horas de vuelo, pulsé el intercomunicador y solté una frase que más tarde se haría legendaria:
- ¡Teléfono rojo, volamos hacia Moscú!
- Aquí teléfono rojo, recibido. Evitad la carga de esa bomba a toda costa. Los vehículos de evacuación interestelar ya han sido llenados por si falláis. Buena suerte, comandante Bryan.
En ese momento, Alexa se acercó a la cabina de piloto y mi corazón empezó a latir más rápido, como siempre.
- ¿Cuánto queda, Bryan?
- En apenas media hora estaremos hasta el cuello de mierda.
Alexa se quedó callada un rato, y después dijo:
- ¿Te acuerdas de cuando me conociste? Me miraste y me dijiste: “Puesto que te llamas Breanne, te llamaré Bree” Por aquel entonces eras sargento, y me estuviste llamando así todo mi primer año de recluta.
- ¿Cómo no me voy a acordar? Ese año fue magnífico – Dije mientras ella asentía.
De repente, sonó un pitido proveniente del radar.
- Ya estamos aquí, Alexa. Cuídate y no hagas tonterías.
El plan era el siguiente: Alexa y el equipo crearían una distracción, mientras que yo me infiltraba en las instalaciones y desarmaba la bomba, robando también el cobalto-60. Todo fue a la perfección: Yo entré y, tras abatir a varios guardias y abrirme camino hasta la sala de la bomba, no encontré a nadie vigilando. Pero al entrar a la sala, todo adquirió una claridad aterradora: ¡La bomba ya no estaba allí! Salí corriendo y me encontré una escena con la que todavía tengo pesadillas: Mi equipo en inferioridad numérica enfrentándose a unos escuadrones rusos que protegían la bomba. Finalmente, lo peor ocurrió: Alexa recibió un tiro y cayó al suelo.
- ¡Alexa! – Grité yo.
Rápidamente di instrucciones al resto del equipo para que la llevaran al caza y evacuaran, mientras yo abatía unruso tras otro. Ya estaban dentro, con las puertas blindadas cerradas, cuando la verdadera tragedia ocurrió.
Ya fuera mala suerte, un disparo mío, o uno de los rusos, no lo sé. Pero lo que sé es que la bomba estalló. Recuerdo poco a partir de entonces.
Agonía…
Dolor…
Sentí como recogían mi maltrecho e irradiado y se lo llevaban. Oí un grito, un estruendo…
Y después, oscuridad.
Desperté en uno de los vehículos de evacuación, aislado en una cámara diseñada para contener la radiación. Los médicos me informaron de que no habían sido capaces de librarme de la radiación, y que tenía las horas contadas. A petición mía, me informaron de que Alexa estaba bien, y que se recuperaría. Puesto que no puedo salir de esta cámara, me dedico a narrar esta historia para que la posteridad sepa la verdad. Noto la muerte acechándome…
Ahí viene… ¡Oh Dios, qué dolor!
Alexa, Bree… Te amo…
Bryan fue encontrado muerto unas horas después, junto con esta historia, que rápidamente fue distribuida entre los civiles que habían podido ser evacuados. Alexa lloró amargamente la muerte de Bryan, y se dice que jamás volvió a amar.
Tras unos años, la especie humana se estableció en un planeta cercano a Alpha Centauri. Los pocos millones de estadounidenses evacuados eran los últimos miembros de la raza humana, según confirmaron las sondas de observación. Debido al cobalto-60, no quedaba ya vida alguna en la Tierra.
Esta historia, que ha ido pasando de generación en generación, y por lo visto la hacen estudiar en historia en el colegio, ha llegado a mis oídos, y he juzgado conveniente contarla. Espero que os haya gustado.
L.E.